miércoles, 14 de diciembre de 2011

Taurino.

El ruedo está preparado, es mi turno de la faena, mis ojos acechan aquella puerta de toriles por donde saldrá mi más nuevo reto, mi siguiente adversario, pero también mi compañero de acto, leo su nombre sobre aquella puerta, un nombre extraño, un mal nombre, se llama pena y es hora de vencerlo, es hora de luchar y traspasar todas mis penas hacia aquella bestia.

El toro salió, fuerte, bravo, muy bien armado, como un buen toro debe salir, tomé mi capote y salté a la arena, esa arena con olor a sangre y muerte, pero que a su vez huele a pasión y adrenalina, a voluntad y fuerza, a bestia contra hombre.

La pena comenzó a embestir, brutal, pesada y negra, yo sólo movía el capote tratando de que el toro no me llevará en su viaje, con un molinete sonó el primer olé, me caló el alma, me lleno de confianza, me lleno de alegría y de adrenalina, de reojo veo al picador entrar al ruedo, queriendo hacer que la pena pudiera dar más de sí, yo le llevó al toro con varios capotazos, el toro asistió con brutalidad contra el picador, pero el jinete logró herirlo, no para disminuirlo sino para hacerlo enfurecer más y así hacerlo más fuerte.

Las banderillas llegaron, el público me pidió que las pusiera, par a par fueron quedándose sobre el morrillo de aquel toro llamado pena, el par al violín, mi preferido, siempre me ha fascinado y caló en el tendido por su gran olé, me alegro hasta el alma.

Cambié el terció, pedí permiso para matar aquél toro, aquél adversario de mal nombre, pero buena faena, aquél astado que pareciera entenderme en cada momento de la lidia.

Sobre el tendido, justo en la segunda barrera alcance a divisar a una dulce dama, era mi amada que había venido desde lejos a verme torear a esta feria lejana, era mi amada que cada pasé con el capote de brega solo suspiraba, era a ella a la que le iba a dedicar está faena, tome mi montera y la aventé hacia ella, deseando que aquel toro de nombre pena, fuera bueno para dedicarle un poema, bordando en cada uno de los pases que le hiciere a aquél astado con la muleta una pintura.

Me decidí a entrar a los medios, tomar de largo al toro, el cuál acude con singular alegría a mi llamado, me lo paso por la espalda, sintiendo muy cerca de mi cuerpo sus cuernos, escucho un olé tenue que hace temblar mis rodillas, miro fijamente al toro, lo vuelvo a citar, ahora es un pase natural, me cambio la muleta de mano en la cara de aquél hermoso ejemplar y escucho un nuevo olé, pienso en un trincherazo, el toro acude como si fuera el primer tercio, los olés y las palmas crecen así como mi entusiasmo, termino esa tanda con un pase de pecho, que hizo vibrar la plaza y sentir un gran olé que me llegó hasta al pecho, el público enardeció de emoción al hacer un desplante en el cuál reto al toro con la muleta doblada en mi mano derecha y acercando mi rostro a él.

Pase a pase la faena iba muriendo, muletazo a muletazo el toro iba creciendo, en un momento de distracción volteé a ver a mi amada, el toro se percató de aquella ligera equivocación y aprovecho para levantarme por los aires, lo único que podía pensar en ese preciso momento era en ella, la verdad no quería morir en la tarde en que mi amada había llegado desde muy lejos a verme, menos en el toro que le había dedicado.

El tiempo se me hizo eterno, pero poco a poco regreso a la normalidad, caí al suelo, solo me sacudí la arena en mi traje de luces y pedí una muleta junto al estoque real, la gente aplaudía, yo no entendí como podían aplaudirme una distracción, volteé a ver a mi amada, lloraba de alegría porque me había levantado, lloraba de alegría yo lo sabía por su semblante, pero llegaba el momento, era hora de matar, ahora había algo personal contra aquella "pena", lo cambio de terreno, iba a entrar a matar más decidido que nunca, preparo la estocada, esperando que entrara causándole el menor sufrimiento a aquél noble pero bravo animal.

La estocada fue buena, el toro vendió cara su muerte, se acercaba a la querencia, aún no quería morir, luchaba con todas sus fuerzas para sobrevivir, yo me acerque a él, de frente, ya sin ningún temor, acaricie su testúz, el me miro como sabiendo que su momento había llegado, cayó.

Volteé hacia los tendidos, como blanca escarcha la plaza estaba pintada de blanco, mi amada lloraba de felicidad, el juez decidió darme el mayor premio, pero en mi corazón ya tenía ganada la puerta grande y la salida a hombros con tan solo un beso de aquella bella dama, con tan solo un beso de mi amada.

Olé…

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