domingo, 11 de diciembre de 2011

EL árbol de las animas.

Esa hermosa luna llena me sorprendió, por la vereda solo se escuchaban los sonidos del monte, ese monte que siempre que regresaba de ver a mi amor tenía que cruzar.

Mi fiel corcel, invierno, estaba inquieto, no dejaba de mover sus orejas hacia donde escuchaba ruidos, pajareaba, se encabritaba como si no quisiera llegar a nuestro destino, yo sentía su respiración agitada justo en medio de mis rodillas, la naturaleza se cerraba, cada vez se iban acercando más y más las ramas hacia mi, por suerte mi siempre útil sombrero de ala ancha cubría mi rostro y el gaban que me había hecho mi amada, cubría mi cuerpo.

Aún con la miel de sus labios tatuada en los míos, solo podía pensar en ella, aunque aquella noche el camino me gritaba que le pusiera atención, ese camino que miles de veces he recorrido por amor, por ella, cerraba mis ojos mientras escuchaba el paso de mi caballo, el sonido de sus herraduras chocando con la tierra me relajo bastante, aún así sentía las ramas rosando mi sombrero.

En el árbol de las animas, un paraje famoso de ese camino, en donde cuentan los más viejos, que algunos fantasmas de soldados realistas colgados durante la guerra de emancipación, se aparecen para cobrarte el peaje, mi caballo siempre se atrancaba, como si el muy gracioso quisiese jugarme una broma, siempre la misma rutina, solo lo hacía avanzar con el simple toque de las espuelas, pero está noche no.

De entre la maleza, solo pude escuchar algunos gritos, gritos que no pertenecían a nadie que conociera, mi corazón se aceleraba, de mi cinto saqué la pistola, cosa poco útil si se tratase de fantasmas, pero no me podía dar el lujo de dejarme vencer. Invierno estaba preparado para salir a galope, alcance a ver un rostro, me pareció espectral y eso me heló el alma, no tuve otra opción al escuchar que las voces y más rostros se acercaban que enfrentarlos, aventé un balazo de mi revolver al primer rostro, desenfunde el machete que siempre cargaba en mi silla y me abrí pasó a través de maleza para poder salir a galope de ese paraje, seguí mi camino como 12 leguas a tranco, aún volteando de vez en cuando hacia tras.

Al llegar al pueblo me encuentro a una multitud ataviada con antorchas, pero con un enorme gusto de verme, me dicen que me perdí dos meses, que no sabían nada de mí...

Aquellos soldados me detuvieron dos meses, hasta que pague mi peaje, lo pague con el valor de enfrentarlos...

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