jueves, 10 de abril de 2014

Divina prisión.

Dueña de todo,
te atraviesas frente a mi
consiente de que tu belleza
es el epicentro de la estética sexual.

Me miras,
con un gesto me desnudas, 
te desnudas sin pensar,
me tomas 
me haces vivir.

Poco a poca erizas mi piel,
la humedad de tus labios me invita a creer,
a pecar, a sonreír,
tu sutil susurro descubre un paraíso,
eterno lienzo en donde pintar
eterno cuaderno donde escribir,
eterna mujer a la que amar.

Con tus gemidos te adueñas del tiempo,
acabas con eras, las destruyes,
al mismo tiempo las creas,
como ese ciclo eterno,
ese espiral que va del origen al final, 
de la hecatombe a la natividad,

El sacrificio a la diosa universal,
con mi barba clavada en tus muslos,
con tus uñas en mi espalda marcadas,
es de nuevo volver a comenzar.

Me entrego a ti, 
una vez más como las otras,
encendido en el fuego del erotismo que me deja tu fantasma,
esa llama que incendia tu voz sensual desde lejos,
o tu índice llamándome hacia ti,
hacía esa planicie de sábanas blancas,
de deseos inquebrantables,
de pasión fugaz que se eterniza en tus labios,
de ese punto entre la luz y la oscuridad,
aquél manantial de vida que yace entre tus piernas,

¡Bendito regalo de dios para tu alma!
¡Bendita locura que me embarga!
estoy atado a ti, y eso no me mata,
como una ave que se ha acostumbrado a ti,
estoy confinado a la prisión eterna,
esa que a tu lado, vida, me ha condenado.

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