lunes, 21 de abril de 2014

Deseo...

El deseo, ¡oh vil deseo!
me atacas,
sin decir más, te adueñas de mí,
y todo es tu culpa.

Tus labios rosas brillando cual hoguera en la noche,
encendidos en mi mente,
volando, fugaces,
me queman, me llevan a ti,
a ese pedazo de cielo reservado,
ese lugar preciso que encuentro entre tus piernas,
ese manantial de paz que me moja,
que mina mis pesares y los hace felicidad.

Tú, eres felicidad,
entre una epifanía en tus pechos lo entiendo,
¡eres tú!,
la maldita panacea que yo buscaba,
el remedio para la hecatombe de mi ser,
esa llama de esperanza,
la vela del fuego eterno,
el umbral del deseo.

¡Eras tú!,
carajo, ¿cómo no lo vi antes?
pero estas aquí,
acostada en mi pecho, 
gritando libertad aferrada a mí.

Estas ahí y yo lo disfruto,
me llenas de mí,
a partir de ti, existo,
es desde las cavernas de tu ser que mi alma vive,
suave regocijo que me dan las olas del mar,
del gigante azul que se refleja en tus pupilas,
eterno sabor a sal dulce que hay en tus labios,
sutiles prensas de dolor que me atacan,
que me devoran cual lobo,
pero que me entregan al creador.

Oh sorpresa, eres tú,
dulce mujer de sueños y mareas,
de luz y oscuridad,
de infiernos y paraísos,
destructora de paz y creadora de mundos,
y todo, por el bendito deseo.

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