Cabalgata.

El atardecer es hermoso, sobre el mar el sol cae, la arena es casi dorada, mientras que tú y yo cabalgamos sobre la playa.

Sobre dos corceles avanzamos, casi como si camináramos de la mano, ellos sienten nuestro amor, y también se miran con mucho pasión, sus corazones se aceleran casi tanto como los nuestros, pero al final que son ellos, son sólo testigos, testigos de lo que sentimos.

Desmonto de ese hermoso caballo blanco, camino hacia ti, mi mano acaricia el hocico de esa yegua tordilla hermosa sobre la cual tú estas montada, mi mano continua ese camino, de pronto la piel del animal termina para dar paso a la tuya, esa piel suave, tersa, esa piel que agudiza mis sentidos y produce escalofríos, esa misma que me deja sin respiración.

Me abrazas por el cuello, me besas en la frente, yo te ayudo a desmontar, mientras yo busco un lugar para ponerte en tierra tú me robas un beso, un beso que se lleva con él, un pedazo más de mi alma, de mi esencia, de esa parte que no puedo describir, pero que poco a poco ya has logrado extraer.

Tus ojos cafés me miran, tan dulces como la miel, logran hipnotizarme, me roban la razón, me hacen quedarme clavado en ellos, tal como si mientras nos miráramos nuestras almas se unieran en amor.

El color del cielo, el viento y tu cabello hacen un pacto tal que el resultado parece estar fuera de la realidad, tu hermoso cabello color café volando y uniéndose en el aire con ese atardecer mágico que tenemos como fondo, tus labios me gritan que te bese sin una sola palabra, mientras que las olas me invitan a hacerlo de la manera más hermosa.

Beso tu boca mientras tomo a mi caballo, del otro lado tu tomas al tuyo de tu mano, mi corazón se acelera, mi mente no se explica, es que aún no entiendo cómo es que puedo verte, sin tener que abrir los ojos.

La penumbra casi llega, el último rayo de sol pinta de anaranjado el que antes era un dorado cielo que ahora es azul marino, el mar se funde con él, tal cual como nosotros nos fundimos en caricias...