Me desenredo en las salinas de tu vientre,
aquel valle salado que me cubre,
con la luz de tu ocaso sobre mí,
aquellos ojos diáfanos y misteriosos.
Desde tus muslos veo la inmensidad;
cerca de donde se encierra el misterio de la vida,
aquel secreto que sabe a pecado y placer;
me sonríes mientras te contemplo.
Sombrías montañas yacen en tu pecho;
perfectas altitudes que redondean tu corazón;
titubeantes colosos que se mueven al compás de tus pasos.
Y luego están tus piernas;
aquél bello par que me roba los sueños;
kilométricos caminos que recorro con mis besos;
el sendero hacía el lugar prohibido.
Así, como una isla te eriges ante mí;
con la profundidad de tus aguas en aquellos ojos claros;
con la espesura de tus olas color azabache;
con la sonrisa que ancla mis más grandes sueños.
Así, como un corsario llego hasta ti;
para conquistar esa tierra de ensueño;
para mancillar la virginal playa posándome en ella;
para amar a la musa que se esconde en sus arenas.
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