miércoles, 4 de marzo de 2015

A ti...

Había una vez que era yo, 
prisionero de tu alma inmortal, 
preso de la sonrisa unificadora de urbes, 
dictador de tus sentidos, 
huésped cálido de la humedad de tu ser, 
del trópico de mi deseo, 
de tu voz. 

Toros que galopan alegres en manada, 
mi corazón agitado pareciera, 
último rayo de luz al atardecer, 
primera palabra de amor en la mañana, 
sonrisa cautiva de tus poderosos labios. 

Tú, serenidad hecha mujer, 
naturalidad bendita de tu vientre perfecto, 
de aquél pecho infalible donde me colé, 
corazón hermoso de morada perfecta. 

Diosa bendita de mi cosmogonía mortal, 
dardo de veneno que me cura, 
que hace ser y no ser, 
bendita luz que encarna la pasión, 
el amor, el deseo, la pasión, 
unidos en tu ser, en el mío, en el nuestro. 

Ciudad que nos ve nacer, morir, crecer, unir, 
constelación de sentimientos brotantes, 
cascada de emociones en mi piel, 
tu tersa palidez que me hace soñar, 
que me inspira insomnios, 
que me trae soñando despierto, 
anhelando una vez más. 

Trazos de palabras unidas a ti, 
tú, poema bendito de mi mente, 
diosa de un mundo de cristal, 
lleno de diamantes que destruyen mi soledad, 
que me invitan a pasar, 
a ser feliz en tu brillo. 

Al final te amo, 
a ti, ser natural, fantástico y celestial, 
bondad infinita, 
paranoia de mi sonrisa matinal, 
rostro de fe en mi desolado cosmos, 
a ti, dueña de mi realidad.

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