Los mejores maestros de la vida. no tienen ni 10 años...

Al despertar nunca pensé que sería un día como lo fue, mire el reloj, era temprano para las nacientes vacaciones que estoy viviendo, se aproximaba la hora de una cita, tome un baño, desayuné y sorbo a sorbo de mi café fui descubriendo el fondo de mi taza.

Al llegar a mi cita nunca pensé en lo que nos detendriamos a hablar, entre sorbos de moka blanco fuerón fluyendo las palabras, dejando un mejor sabor de boca que el del mismo café, nunca pensé que el tema prinicipal serían los pequeños, sí, esas maquinas chiquitas que no hacen otra cosa más que regalar y provocar sonrisas.

Regresando a casa con una gran satisfacción, gracias a la excelente charla y la buena compañia, nunca pensé en lo que más adelante pasaría, mi tía llegó como de costumbre, cumplimos con la rutina al pie de la letra, pero recibimos una llamada, era mi prima para pedirnos el favor de llevarla al doctor, mi sobrino se sentía mal.

Llegando por ellos, mi sobrino más pequeño me saludo con una alegría enorme y con la seña de "peace and love", provocandome una sonrisa al verlo, lo subí a la camioneta y esperando a su hermano me dijo con un habla de niño de cuatro años "como estas calnal", al subir su hermano ajuareado al estilo subcomandante Marcos lo primero que hizo, claro despues de quitarse el incomodo pasamontañas, fue regalarme una sonrisa y enseñarme con ella su reciente hueco en la dentadura.

Cuando me entere que se irían a vivir a Celaya, debo confesar que fue duro, pero al observar sus caritas ilusionadas y emocionadas por ese nuevo comienzo y al verlos tomar esa decisión de sus padres de una manera tan, por decirlo de alguna manera "madura", me hizo pensar en que a mis casi veinte años de edad, he olvidado lo hermoso de ser como un niño, de sonreirle a la vida y enfrentar con esperanza lo desconocido y sobre todo de maravillarse de lo increible que es nuestro mundo.