miércoles, 5 de abril de 2017

Diosa y mujer

Me miras a través de tus pupilas,
con esa sencillez que te ha regalado la vida,
sonríes mientras te miro convertirte en mortal,
descubriendo esos escapes de tu ser divino.

Y así descubrí tu ser etéreo,
ese que se escondía en tu frialdad;
aquél que fue descubierto por el amor;
que huía en esa celeridad de tus defensas,
de esa manía de no querer amar,
de tu negación a ser querida.

Te descubrí diosa y etérea,
con tus mejillas rosadas,
con tu sonrisa perfecta,
con tus latidos suaves y tenues,
con tus labios de chocolate blanco,
con tus pechos perfectos,
con tu pudor invadiéndote,
con tu deseo mirándome.

Te miro divina y mortal,
con esa ambivalencia perfecta;
con el peso específico para ladear mi balanza,
para inclinarme al lado del corazón;
para permitirme saberte diosa,
para dejarme amarte como igual,
para sucumbir ante ti,
para volver a creer,
para vivir de nuevo.

Te descubrí como una diosa y sucumbí ante ti,
ante tus encantos y tus sueños,
ante tus labios carmesí,
ante tu seguridad intacta,
ante tu ego intratable.

Te encontré humana y me enamoré de ti,
de tus errores y tus manías,
de tus caprichos y tus rabietas,
de la forma en que luchas y peleas,
de tus lágrimas y tu dolor.

Te encontré diosa y te adoré;
te miré etérea y te amé...

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