miércoles, 14 de octubre de 2015

Soñador.

Un albor marca el epitafío,
tibio resquicio del sueño anhelado,
sutil memoria del alma perdída,
aleteo del ave moribunda.

Ese recuerdo del poeta encerrado,
del escritor atrapado en agendas de teléfonos,
preso entre interruptores manchados,
herido en el orgullo de sus letras.

Tibieza de un cuerpo con el alma despegada,
canciones que brotan de una rota guitarra,
melancolías que colecciona la maestra retirada.

Lápidas alegres por recibir a quien no se ha dejado,
lugares que retumban por los besos robados,
por las proezas de una guerra,
por los ideales luchados.

He visto a mi generación morir en la tristeza,
vender los ideales a los mejores ofertantes,
he visto morir los sueños.

Y aún sigo aquí, soñando. 

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