lunes, 9 de junio de 2014

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Bajo un viejo roble me siento,
escucho el suave trinar del frío viento,
lo escucho, me habla,
me dice que aquí sólo hay calma.

Miro la luna,
aquél mágico orbe lleno de luz,
aquella gran antorcha que humea en los corazones,
aquella lumbrera eterna de amores y pasiones.

Me miro, 
reflejado en aquel pocillo,
me encuentro rodeado de monstruos de soledad,
de tinajas de viento que traen hacia mi,
nada más que el suave sonido del trinar.

Me idiotizo, 
mirando esa luna de metal,
esa prisión helada de sentimientos,
en donde su gélido espectro,
mantiene cautivas las ganas de amar.

La miro de nuevo,
entonces puedo entender,
que para salir de esa cárcel,
sólo algo se puede hacer,
es mirar a esa luna con tanto poder,
como aquel que tienen los niños al nacer,
con la alegría del pequeño,
para así derretirla con un enamorado ser.

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